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Marzo 8, 2016
La libertad de cambiar el mundo



Por Paloma Durán, directora del Fondo para los Objetivos de Desarrollo Sostenible (SDGF)

 

En 1979 la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra las mujeres (CEDAW por sus siglas en inglés). El texto entró en vigor en 1981, cumpliéndose ahora su 35 aniversario. En 1999 quedó también aprobado por la Asamblea General de Naciones Unidas el Protocolo a la Convención, que España ratificó el 6 de julio de 2001, cumpliéndose ahora su 15 aniversario.

El proceso de firma y ratificación de los textos legales citados abrió nuevamente el debate sobre el reconocimiento de derechos y los posibles riesgos respecto a la universalidad de los mismos. Las negociaciones de la Convención y del Protocolo, que no fueron sencillas, planteaban las dudas por parte de algunos países, sobre la mejora para la situación de las mujeres con el reconocimiento de sus derechos en un texto, que al formularse exclusivamente para las mujeres pudiera considerarlas como un grupo específico de la población, cuando en realidad se estaba pensando en la mitad de la sociedad. Otros países, sin embargo, apostaron por el reconocimiento de derechos como la única vía para paliar las discriminaciones históricas sufridas por las mujeres.

Lo cierto es que la Convención recogía por primera vez una definición explicita de la discriminación contra las mujeres en el artículo 1, en los siguientes términos: alos efectos de la presente Convención, la expresión«discriminación contra la mujer» denotara toda distinción, exclusión o restricción basada en el sexo que tenga por objeto o por resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio por la mujer, independientemente de su estado civil, sobre la base de la igualdad del hombre y la mujer, de los derechos humanos y las libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural y civil o en cualquier otra esfera.

En los 35 años desde la entrada en vigor de la CEDAW ha habido muchos avances aunque quedan todavía muchos retos por conseguir. Pero con todo, la pregunta sigue siendo si el reconocimiento de derechos es suficiente para la mejora efectiva de la situación de las mujeres en todas las sociedades.

Los datos publicados por ONU Mujeres en su Informe 2014-2015 señalan que alrededor del 50% de las mujeres de todo el mundo tiene un empleo remunerado, lo que supone un incremento respecto al 40% de la década de los 90. Pero ganan entre un 10% y un 30% menos que los hombres por realizar el mismo trabajo; al menos una de cada tres mujeres ha sido víctima de violencia física o sexual ejercida por un compañero íntimo en algún momento de la vida.

Por su parte, Unicef señala que las niñas de entre 13 y 18 años de edad constituyen el grupo más numeroso en la industria del sexo. Se calcula que cerca de 500.000 niñas de menos de 18 años son víctimas de tráfico sexual cada año, de acuerdo con la misma fuente. Asimismo, la mutilación genital femenina afecta a 130 millones de niñas y mujeres en todo el mundo y pone en riesgo a 2 millones cada año.

La aprobación por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de la resolución 1325, aun reconociendo el diferente impacto de la guerra en las mujeres, no ha supuesto un incremento de la participación de las mujeres en los procesos de paz. ONU Mujeres señala que entre 1992 y 2011, solo el 9% de las personas que participaron en las mesas de negociaciones de paz, eran mujeres. Mientras en 2014 mas del 75% de las personas que requerían ayuda humanitaria eran mujeres.

Las cifras en este caso resultan elocuentes. Y probablemente confirman que aun siendo importante el reconocimiento y consiguiente ejercicio de los derechos por parte de las mujeres, no es menos importante la necesidad de invertir en educación y cultura, para potenciar la igualdad de todas las personas. Resulta gráfico constatar, como muestra el informe citado de ONU Mujeres, que los presupuestos globales para la elaboración de planes de igualdad muestran un déficit de financiación de hasta el 90%.

Aún se precisa un cambio de mentalidad

Todo ello confirma la necesidad de planes específicos dirigidos a la mejora de la situación de las mujeres; al mismo tiempo que se potencia la integración de la igualdad en términos transversales.

Quizás el camino recorrido hasta ahora avala cambios positivos, pero lo que resulta obvio es que aún es necesario un cambio de mentalidad y sobre todo la constatación de que la desigualdad de las mujeres no es problema exclusivo de éstas, sino de toda la sociedad. De modo que los avances en igualdad son mejoras para todas las sociedades.

La filósofa Hannah Arendt afirmaba que somos iguales porque tenemos la libertad de cambiar el mundo. En este sentido la gran apuesta pasa necesariamente por asegurar esa igualdad entre mujeres y hombres, que permita los cambios sociales necesarios para hacer un mañana más justo, más acorde con la condición humana.

 

Publicado originalmente en ABC.es el 8 de marzo de 2016